Cuando estudié filosofía, el plan de estudios empezaba por Platón y acababa con Marx. El libro de Victoria Camps que tomo de referencia para estas entradas del blog dedica varios capítulos a otros autores más modernos y casi todos desconocidos para mí antes de comprar el libro. Después de Marx dedica un capítulo al utilitarismo.
Jeremy Bentham inventó el utilitarismo. Según él, el “principio de utilidad” consiste en que lo bueno es lo "útil" o lo que aumenta el placer y disminuye el dolor. Puesto que todos
los hombres aspiran a ser felices y eso es indiscutible, los
utilitaristas creen que el criterio de la moralidad no es otro que la
felicidad de la mayoría.
El objetivo de una teoría moral es encontrar la manera de armonizar la felicidad individual y la felicidad colectiva. Utilidad y felicidad son, pues, dos ideas equivalentes, casi sinónimas.
Las personas se mueven por el interés privado, buscan lo que les es útil
porque aspiran así a la felicidad.
El principio de
utilidad es a la vez un principio moral y político. Es moral porque ha
de ser asumido por el individuo y es político porque el propósito es una
legislación mejor.
No cabe duda de que el
principio del utilitarismo es atractivo e incluso el más operativo cuando
entran en conflicto intereses contrapuestos, como es habitual en las
democracias modernas.
Esta forma de pensar por la
regla de la mayoría parece la única manera eficiente y rápida de zanjar un
conflicto de intereses contrapuestos, pero hay un peligro si se
contempla solo la autoridad de las leyes: Los derechos fundamentales que en ningún caso pueden dejar de ser respetados marcando un límite al cálculo de utilidades. Por ejemplo puede
que los intereses de la mayoría consistan en construir escuelas y
hospitales, pero puede ocurrir también que consistan en querer expulsar
del territorio a los inmigrantes o en volver a instalar la pena de muerte
allí donde está prohibida. Una ética de las consecuencias, como es la
utilitarista, es aceptable siempre y cuando no se olvide que, además,
hay principios.
La idea de bien común o interés
público, imprescindible para el buen funcionamiento de la democracia no
puede ser reducida sencillamente a una, por otra parte imposible, suma
de intereses individuales.
Una ética basada en este planteamiento parece sencilla en esencia, "lo que haga feliz a la mayoría es lo aceptable" pero a la hora de aplicarlo a la realidad es mucho más complejo de lo que parece en principio. Establecer los límites al utilitarismo, es decir, cuales son esos principios o derechos fundamentales que en ningún caso se pueden violar no es una labor sencilla, se hace necesaria un reflexión adicional para decidir cómo y hasta donde llegan esos principios o derechos fundamentales.
Jeremy Bentham de Henry William Pickersgill Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=6584649