¿Qué
es la libertad? Si entramos al diccionario de la RAE veremos que
tiene muchas acepciones siendo las más destacadas:
Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de
otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
Es decir, libertad en cuanto a libre albedrío.
Estado de quien no está preso.
Estas dos son como contraposición a la
esclavitud o a la prisión. Hay muchas otras, de hecho es una palabra
con muchos significados distintos según el contexto. Me voy a
centrar en dos especialmente:
En los sistemas democráticos,
derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las
personas.
Condición de las personas no
obligadas por su estado al cumplimiento de ciertos deberes.
Y es que no cabe duda de que la
libertad como algo opuesto a la esclavitud o algo opuesto a la
prisión es algo bueno y deseable, sin lugar a dudas.
En cambio, si entramos en las otras
acepciones la cosa ya empieza a dar más que pensar. Por ejemplo, en
la primera de las acepciones, podría argumentarse que es algo
imposible si existiera “el destino” por no hablar de la frase más
asociada a la palabra libertad: “La libertad de cada uno acaba
donde empieza la de los demás”.
Partiendo de que no creo en el destino
y que efectivamente considero a cada uno responsable de sus actos me
voy a centrar en las últimas dos acepciones.
¿Puede o debe el estado obligar a sus
ciudadanos a cumplir ciertos deberes?¿Hasta donde? En la respuesta a
esta pregunta se encierra en gran medida la respuesta a los distintos
sistemas políticos y formas de organización que ha tenido la
humanidad.
Aunque sería interesante, no voy a
realizar un paseo por los distintos sistemas políticos que han
organizado nuestra vidas a lo largo de la historia, voy a intentar
centrarme en línea con mis últimas entradas del blog en nuestro
sistema: la democracia. ¿Donde empieza y acaba la libertad del
individuo en democracia?¿Hasta donde debe intervenir el estado?
Hay un grupo importante de personas que
opinan que la libertad debe ser lo más amplia posible y el estado
debe reducirse al mínimo, dedicándose solo a mantener la ley y el
orden y garantizar el cumplimiento de los contratos. Así deberían
reducirse drásticamente los impuestos, dejando libertad de
movimiento a las empresas y a las personas.
En la entrada sobre “Democracia”
señalaba las palabras de Bertrand Russell sobre la libertad
personal:
Debe existir una esfera dentro de
la cual las acciones de un hombre no pueden estar sujetas a la
fiscalización gubernamental, incluyendo la libertad de palabra, la
libertad de prensa y la libertad religiosa.
No hay duda, palabra, prensa y religión
deben estas abiertas a los individuos aunque ya podemos introducir
matices, como decir que no debemos atacar a otras personas gracias a esa
libertad por ejemplo mediante insultos (palabra), difamaciones
(prensa) o mediante atentados en nombre de la religión.
Centrándonos en el aspecto económico,
podríamos empezar recordando a Adam Smith, que defendía el libre
comercio como el medio más idóneo para la economía, afirmando que
las contradicciones engendradas por las leyes del mercado serían
corregidas por lo que él denominó la "mano invisible" del sistema que en pocas palabras establecía que
la libre competencia perfecta (sin intromisión del estado) permitía
un beneficio de todas las partes y un crecimiento económico justo y
constante.
Así muchos líderes internacionales
como el líder conservador británico, David Cameron, han declarado
que:
Los mercados libres son la mejor
fuerza imaginable para producir riqueza y felicidad humanas
En base a ello promovieron políticas
que acabaron con el monopolio estatal de los servicios públicos en
Reino Unido y de forma similar se ha ido realizando en el resto de
Europa.
Pero ¿realmente no necesitan al estado
estas empresas y estos mercados?
Podemos señalar en primer lugar, el
papel del estado como garante de la propiedad privada gracias a la
policía y el sistema legal, protegiendo locales y la producción de
las empresas, pero también mediante leyes de patentes que impiden el
robo de las ideas y de la marca y la propiedad intelectual de las
mismas.
También se benefician las empresas con
la inversión en investigación y desarrollo del estado. Toda la
investigación realizada en los organismos públicos de investigación
y en las universidades acaba revertiendo en innovaciones para las
empresas del país.
Otro beneficio para las empresas son
todas las infraestructuras que realiza el estado, las redes de
carreteras, ferrocarriles, puertos, aeropuertos facilitan el
comercio, los suministros o incluso el acceso de la mano de obra a
los puestos de trabajo de las empresas.
Otro importante capítulo que no sale
habitualmente en los titulares de los periódicos salvo casos
flagrantes son los distintos tipo de subsidios que se dan a las
empresas a veces en forma de reducciones fiscales y otras en forma de
rescates como las autopistas o los bancos españoles. ¿No deberían
ser responsables los accionistas de las empresas de las quiebras de
las mismas? ¿Por qué sí pueden recoger los dividendos cuando van
bien pero no pueden perder el valor de sus acciones cuando van
mal? ¿Es porque son empresas estratégicas?. Y si es así ¿no sería
mejor que dichas empresas estratégicas permanecieran en manos del
estado?
Llegamos a la situación absurda de que
el riesgo recae en el contribuyente, mientras que los beneficios se
privatizan.
El fin de las empresas es obtener
beneficios, no deben ponerse en sus manos los servicios públicos
cuyo fin debe ser dar un buen servicio al ciudadano. Y cuando hablo
de servicios públicos me refiero a la sanidad, la educación, los
servicios sociales, la seguridad social, el sistema judicial, la
policía, la defensa, el transporte y también el suministro de
energía, agua, la vivienda social o las comunicaciones.
Existen multitud de ejemplos que han
demostrado que la privatización de algunos de estos servicios no
solo no los han mejorado sino que además han costado más caros que
antes de ser privatizados.
Y es
que vivimos en una sociedad donde todos tenemos cabida y nadie debe
quedar en las cunetas, aunque es cierto que como
decía Margaret Thatcher:
No sé
de nadie que haya llegado a lo más alto sin trabajar duro. Esa es la
receta. No siempre te llevará a lo más alto, pero debería
acercarte bastante
Hay que fomentar el trabajo y el
esfuerzo pero no podemos dejar a merced del libre mercado y de las
ansias de riqueza de las empresas nuestra economía. Thatcher también
dijo:
El meollo del tema es hacer las
regulaciones adecuadas, cosa harto difícil pues es como una balanza
donde un peso un poco superior en uno de los lados puede producir
abusos de los que reciben ayudas, un peso en el otro dejar personas
desprotegidas.
Si algo hemos demostrado los seres humanos es que
tenemos imaginación para saltarnos las reglas para nuestro interés,
de ahí, que sea fundamental un cambio cultural donde lo importante
no sea la regulación sino la buena intención de todos en que se
lleve a cabo de forma justa. Casi suena utópico, pero no lo veo
imposible.